jueves, abril 18, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (7): Gorky, ese pánfilo

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no

  



El antifascismo de Stalin le resultó muy instrumental para algo que sería fundamental, tanto dentro como fuera de la URSS: la fabricación de conexiones criminales entre sus pretendidos enemigos políticos y las fuerzas fascistas. De hecho, su identificación con la resistencia respecto de la presión de las potencias fascistas fue la última guinda del pastel de sus purgas, puesto que le aportó la gran disculpa para las mismas, al convertirlas en monstruosas operaciones de profilaxis para eliminar el fascismo de la URSS.

Un elemento fundamental de esta estrategia fue la presentación del fascismo como una ideología anti-intelectual, lo que convertía al antifascismo en la intelectualidad en estado puro. En realidad, y a pesar de las nutridas cohortes de diletantes que lo siguen sosteniendo, no es así. La verdad es que, como escribió Oriana Falacci, en el mundo hay dos tipos de fascistas: los fascistas, y los antifascistas. Ambos, pues, son igual de anti-intelectuales. Pero esto todavía tardaría mucho tiempo el formularse, y siempre de forma minoritaria, pues la percepción mayoritaria es que, si uno es una persona cultivada e intelectual, lo que tiene que ser, es antifascista en los términos en los que lo formuló Stalin, que era un tipo fascista hasta las cachas.

El principal mojón de este camino es el denominado Congreso de Escritores (Antifascistas) de 1934; la gran cita diseñada por Moscú para identificar a la URSS con el humanismo (sic) frente a un fascismo anti-intelectual. En París, en junio de 1935, se repitió la jugada, ya en plan internacional, en el Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura. Allí estuvieron varios de los que serían desde entonces habituales en este tipo de embroques: André Gide, Heinrich Mann, André Malraux, Aldous Huxley. La delegación soviética fue preparada por Alexander Sergeyevitch Shcherbakov, fundador de la Unión de Escritores Soviéticos y, en lo esencial, un tipo que ni siquiera aliñaba una ensalada sin la autorización de Stalin. Entre los asistentes por parte soviética estuvo el eterno Ilya Grigorievitch Ehrenburg, siempre buscando que el régimen le tirara un huesito; Alexei Nikolayevitch Tolstoi; Milhail Efimovitch Koltsov, otro de los hombres de Stalin en Madrid; o Vladimir Milhailovitch Kirshon, que no debía de ser lo suficientemente humanista porque acabó en el paredón en 1938, como Koltsov.

Se crea o no, en aquel congreso de París los asistentes, algunos de los cuales estaban considerados algunas de las personas más inteligentes del planeta, se tragaron sin problema la teoría de que, en oposición al barbarismo nazi, en la URSS reinaba el “humanismo socialista”. Millones de agricultores literalmente muertos de hambre, otros tantos millones exiliados a Siberia, presos pudriéndose en cárceles o frente a paredones purgando crímenes nunca cometidos, la Prensa amordazada, la disidencia pública prohibida... Pero la URSS era el faro del progresismo mundial. La intelectualidad, de toda la vida, ha dado para lo que ha dado. Y eso que hablamos de tiempos en los que a personas que eran actores o cantantes no se les otorgaba la vitola de intelectual.

El mundo intelectual soviético se habría de ver seriamente afectado en junio de 1936 con la muerte de Máximo Gorky. Y hay que decir que fue una muerte extraordinariamente oportuna, pues evitó que la gran figura literaria rusa fuese testigo de las grandes purgas de aquel año; algo que habría sido notablemente incómodo, teniendo en cuenta sus excelentes relaciones con Kamenev.

Gorky había quedado seriamente tocado tras el asesinato de Kirov. El escritor estaba en Crimea cuando se produjo el asesinato, y se quedó muy impresionado por el gesto que tuvo la NKVD, es decir Stalin, de enviarle un coche lleno de policías para protegerlo. En Moscú, Gorky se convirtió, en su casa de la calle Povarskaya, en poco menos que un prisionero. Su secretario, un tipo llamado Pyotr Petrovitch Kriuchkov, se tiene por agente directo de Yagoda. En el juicio de marzo de 1938, en el que fue imputado, “confesó” haber matado a Gorky y a su hijo por orden de Yagoda. Ambos, Yagoda y Kriuchkov, fueron ejecutados. El padre de Kriuchkov también fue ejecutado, como también lo fue su mujer, Elizabeta Zakharevna Kriuchkova. Kriuchkov le filtraba a Gorky las visitas, de modo y forma que la mayoría de escritores no podía visitarlo; no les dejaban pasar. Él mismo apenas salía, pues los médicos, convenientemente instruidos por la NKVD, decretaron que era muy malo para él.

Gorky estaba verdaderamente enfermo de los pulmones. Por ello, corría peligro si pasaba los inviernos en un lugar como Moscú. En el invierno de 1935, parece ser que quiso ir a Sorrento, a Italia; pero se le negó el pasaporte. Fue a Crimea, donde por las noches su dormitorio se cerraba con llave; en una ocasión, Gorky se descolgó por la ventana hasta el jardín de la casa.

El 27 de mayo, Gorky regresó a Moscú. El 1 de junio enfermó de gripe. El 6 de junio, la Prensa oficial comenzó a publicar partes médicos diarios sobre él, como en el caso de Franco. El 8 de junio lo visitaron Stalin, Molotov y Voroshilov. Falleció el 18 de junio, dos meses antes del juicio de Kamenev y Zinoviev.

Siete médicos firmaron el certificado de defunción por fallo cardíaco provocado por problemas de pulmón. Dos de ellos eran importantes médicos del Kremlin: Lev Grigorievitch Levin y Dimitri Dimitrievitch Pletniov, Pletnov o Pletnev (como la mayonesa: al gusto). Los dos fueron imputados en el juicio de marzo de 1938, y en el mismo testificaron que, siguiendo órdenes de Yagoda, y en el marco de un golpe de Estado organizado por Bukharin y Rykov, habían realizado actos deliberadamente negligentes que habían causado la muerte de Gorky. Levin fue condenado a muerte y Pletnev fue condenado a 25 años de reclusión, aunque fue ejecutado tres años después del juicio.

Pocos días antes de morir, Gorky le escribió a un buen amigo, el escritor comunista francés Louis Aragon. Le pidió que fuese a Moscú porque tenía algo que comentar con él. Aragon llegó a la capital rusa el 15 de junio pero, en las 72 horas que Gorky siguió vivo, fue incapaz de verlo.

Aparentemente, el grupo de escritores que recibió la encomienda de ordenar los papeles de Gorky, ya fallecido, encontró algo parecido a un diario, que comenzaba con un texto que venía a decir que si alguien conseguía ampliar muchas veces una mosca, crearía el peor monstruo de la Naturaleza. Así, decía presuntamente Gorky, se había creado a Stalin a través de la propaganda. Vasily Bobryshev, el jefe, por así decirlo, de este grupo de escritores, se apresuró a entregar las notas a la NKVD.

Máximo Gorky había fundado tres periódicos: El granjero colectivo, Nuestros logros (de hecho, Bobryshev era su editor) y La construcción de la URSS. Antes de morir, le pidió a los dirigentes del Partido que los mantuviesen con sus equipos editoriales, es decir, sus colaboradores más estrechos. Aparentemente, murió convencido de que su deseo se cumpliría. Lejos de ello, sin embargo, los tres periódicos fueron cerrados dos semanas después de su muerte y los miembros de los equipos editoriales fueron arrestados. Gorky, el amigo de Stalin; básicamente, el imbécil.

Hemos llegado al punto en el relato de la vida del estalinismo en el que hay que hablar de la purga de 1936 o, si lo preferís, del gran barrido de la primera generación de bolcheviques que, en muchos casos, estaba en condiciones de recordar a un Iosif Vissarionovitch Dzugashvilli que había sido, en términos partidarios, un mierdecilla. Un juicio cuyas figuras centrales eran Zinoviev y Kamenev, y que empezó alboreando el mes de julio, básicamente, porque fue en ese momento cuando ambos personajes comenzaron a flaquear definitivamente en sus interrogatorios. Finalmente, ambos se avinieron a negociar. Zinoviev exigió que la promesa de respetar su vida y la de los suyos (a cambio, no se olvide, de cagar la de otros muchos que no habían hecho nada) se la hiciese personalmente Stalin. Kamenev, menos confiado aun, exigió que la promesa fuese hecha en presencia del Politburo en pleno. Ambas condiciones fueron aceptadas.

En diciembre de 1934, es decir aproximadamente un año después de que el XVII Congreso y con la disculpa de que había tenido algo que ver en lo de Kirov,  Zinoviev y Kamenev habían sido arrestados y barridos de la cúpula soviética. El 17 de diciembre, Zinoviev le hacía llegar a Stalin una carta a través de Yagoda en la que se decía culpable de nada y le pedía piedad. La respuesta de Stalin fue ordenar que el juicio contra Zinoviev se acelerase; y se aceleró tanto que apenas unos días después, el 16 de enero de 1935, le cayeron diez años. Una condena en realidad comprensiva a cambio de la cual debía declararse culpable de sus crímenes y denunciar a todos sus cómplices. Un año después, Zinoviev y Kamenev estaban otra vez en el banquillo.

A medias, eso sí. Georgiy Andreyevitch Molchanov, director del Departamento Político Secreto de la NKVD, fue el encargado de transportar a los dos presos al Kremlin. Allí los recibió una comisión del Politburo, formada por Stalin, Voroshilov y Yezhov; lo cual no dejaba de tener su coña, pues el último todavía no era miembro del Politburo.

Lo que siguió fue una discusión bastante larga en la que Kamenev trató de convencer a Stalin que lanzar el juicio que pretendía sería un serio golpe de imagen para el Partido. Stalin le aseguró que su objetivo no era “derramar la sangre de viejos bolcheviques, cualquiera que fuera el pecado que cometieron”. En ese momento, Kamenev y Zinoviev intercambiaron una mirada aprobatoria, y le anunciaron a Stalin que harían lo que él quería, siempre y cuando ninguno de los camisas viejas encausados fuese ejecutado, que sus familias fuesen respetadas y, finalmente, también se acordaron del resto de comunistas que habían estado en desacuerdo con Stalin e iban a ser imputados, exigiendo que ellos tampoco fuesen ejecutados. Si había algún encausado no comunista o comunista de poca importancia, aparentemente su futuro se les daba una higa. Stalin contestó: “eso no hay ni que decirlo”.

A partir de ese momento, la calidad de vida de Kamenev y de Zinoviev mejoró notablemente. Ambos se prestaron a realizar una especie de ensayo general del juicio, bajo la dirección de Vyshinsky.

El 29 de julio, se envió una circular a los funcionarios del Partido anunciándoles el comienzo del juicio. El 15 de agosto, las Sextas de turno se hicieron eco de la exclusiva de que en aquel año se había descubierto una conspiración trotskista-zinozievista para matar a Stalin y que, en el curso de las investigaciones, se había descubierto que los mismos conspiradores habían matado a Kirov. El 19 de agosto comenzaba el juicio en la Sala de lo Militar del Supremo.

El juicio, efectivamente, comenzó a mediodía del 19. El lugar no fue la Sala de Columnas de la Casa de los Sindicatos, donde había ocurrido el proceso Sakhty, sino en la Sala de Octubre, más pequeña, en una planta superior. El limitado aforo, 350 personas, buscaba, sobre todo, impedir la asistencia al juicio de los familiares de los imputados. Los bancos se llenaron con algunos oficiales de policía en uniforme y, en su mayoría, civiles que eran, en realidad, agentes de la NKVD que iban rotando de un día a otro. Se reservó un espacio para los periodistas extranjeros y miembros del cuerpo diplomático. Stalin asistió desde una galería alta, fuera de la vista de todos, aunque a veces se apreciaba el humo de su pipa; pero acabaron por instalar un circuito cerrado con el que siguió varias sesiones desde el Kremlin.

Los jueces eran Ulrikh y dos adjuntos: I. Matulevitch e Ione Timofeyevitch Nikitchenko, que se haría también históricamente notorio por ser el juez soviético en los juicios de Nürnberg. El fiscal era Vyshinsky y el número total de imputados, 16.

En el banquillo, flanqueados por miembros de la NKVD, estaban, como ya he dicho, Kamenev y Zinoviev; Grigori Ermeevitch Yevdokimov, que había sido presidente del Soviet de Leningrado y miembro del Comité Central; Iván Bakaev, un nota que había sido el director de la Cheka de Leningrado durante la Guerra Civil; Iván Nikititch Smirnov, un hombre muy cercano a Trotsky que había dirigido el Quinto Ejército que venció sobre Kolchak y luego coordinó la política del Partido en Siberia; Sergei Vitalevitch Mrachkovsky, un héroe de la Guerra Civil que para Stalin tenía la muerte grabada en la frente por ser un trotskista convencido, como casi todos los militares sobresalientes de dicha guerra; o S. V. Ter-Vaganian, a quien supongo emparentado con el historiador de mismo apellido a quien ya he citado, y que era un trotskista arrepentido. Otros acusados, como uno apellidado Holzman y otro Dreitzer, eran personas de menor importancia en el Partido, aunque tenían un pasado como opositores de la línea estalinista. En el juicio varios imputados declararon como testigos del Estado: Valentín Oldberg, miembro de la NKVD, el mentado Richard Pickel, que había sido secretario de Zinoviev o Isaac Reingold, que había sido amigo de Kamenev cuando dirigió un sindicato del algodón. Asimismo, entre los imputados encastrados en el juicio para robustecer los testimonios contra los verdaderos acusados había tres miembros de la NKVD (Ilya Kugliansky, Moissei Lurye y Konon Borisovitch Bernan-Yurin). También estaba el doctor Nathan Lazarevitch Lurye, personaje extraño y oscuro. Nathan y Moissei parecen no ser parientes, pues el primero de ellos declaró en el juicio que había conocido al segundo en 1927, tras llegar a la URSS con órdenes de Trotsky de atentar contra el régimen. León Trotsky y su hijo, Lev Lvovitch Sedov, fueron juzgados in absentia.

1 comentario:

  1. Realmente, no sé si retrata a Kamenev,a Zinoniev,o a una combinación de ambos, pero la novela "El Cero y el Infinito" de Koestler, resulta muy reveladora, respecto a la naturaleza y mentalidad de los encausados.
    a. Alfons Materna

    ResponderBorrar